Lo peor de los árbitros no son los errores, sino los arrepentimientos. El árbitro que sospecha que se ha equivocado sufre, demasiadas veces, un terrible remordimiento de conciencia. Y como no hay sacerdotes en el campo, ni madres, intenta devolver lo que quitó, malinterpretando el refrán que dice que las manchas de mora con otra se quitan. Y entonces sobreviene el desastre, porque el nuevo error exige otro sin que haya otro límite para ese desenfreno que el minuto 90.
Hablo del árbitro porque la presencia de Daudén Ibáñez resultó decisiva, sin que resulte fácil decir a quién perjudicó más. Es cierto que al Mallorca le anuló un gol por razones misteriosas y también es verdad que dejó sin señalar un penalti de Cannavaro, que interceptó el balón con un brazo, con más torpeza que intención. Sin embargo, la revuelta popular que provocaron esas jugadas afectó muchísimo al Madrid, que hasta debió sentirse culpable.
No necesitaba esos favores. Por lo que se había visto en la primera parte, el Madrid se bastaba para ganar el partido sin ayudas de ningún tipo, porque el equipo de Schuster retomó el hilo del Bernabéu y salió concentradísimo y dominador, ágil, como las panteras que meriendan antílopes. Era tanta su rapidez en los despliegues, que el Mallorca, pese a estar muy retrasado, siempre parecía sorprendido en plena retirada.
Elocuencia. En el juego del Madrid sólo había un pero: aunque los visitantes tenían la iniciativa, los anfitriones ponían la elocuencia. Así, después de una serie de ocasiones repetidas y convencionales, Güiza contestó con una oportunidad fabulosa. La jugada le confirmó como un delantero genial. Controló en la frontal, de espaldas, y se apoyó en Ibagaza. Hasta ahí, normal. Lo extraordinario es cómo se dio la vuelta y sugirió el pase a un futbolista que necesita pocas sugerencias. Le apodan el Caño pero deberían llamarle la tubería. Con todo a favor y el cielo despejado, Güiza tiró fuera, pero el muletazo estaba dado.
El siguiente temblor sacudió el estadio. Güiza templó desde la derecha y Ramos impidió el remate de Arango con un salto estrepitoso que terminó con ambos en el suelo. El rechace lo aprovechó Fernando Navarro para marcar, o eso creímos. El árbitro anuló el gol porque Arango hizo algo, quizá la cama, aunque no se apreció nada, ni almohada ni edredón.
El público se irritó y su humor no mejoró con el gol de Sneijder. La jugada fue excelente. Robben se internó por la derecha y primero burló a un defensa con un regate y luego a media docena con la cintura. Moyá pudo evitar el remate de Raúl, pero Sneijder no le perdonó en el rechace.
La mano de Cannavaro en el minuto 45 convirtió el estadio en el mayo del 68 y en ese ambiente se marcharon los futbolistas al vestuario. De regreso, nació otro partido. El Mallorca tenía un motivo que trascendía los puntos, y que se asociaba con la venganza, la revancha, la desigualdad social y la revolución proletaria. El Madrid presintió que le bastaría un estornudo para provocar al árbitro justiciero. Y estornudó.
Sergio Ramos fue la víctima: intentó interceptar a Fernando Navarro, pero rectificó y retiró la pierna. No hubo contacto, pero el jugador del Mallorca se cayó del susto. Pese a todo, Daudén sacó la segunda amarilla, se curó un remordimiento y le picó otro.
La expulsión se llevó por delante a Ramos y a Schuster, que sufrió un momento de enajenación transitoria. Para recomponer el equipo en la inferioridad, el entrenador dio entrada a Diarra por Higuaín y lo colocó de lateral derecho. El estropicio fue inmediato porque en el Mallorca se corrió la voz. Manzano sustituyó a Varela por Borja Valero y el muchacho, que se casará en junio, comenzó la despedida de soltero por la banda derecha del Real Madrid.
Su internada fue un prodigio. Borja trazó de fuera a adentro, se apoyó en Arango, armó el rifle y disparó con efecto platánico buscando la escuadra de Casillas. Por allí aterrizó el balón. No lo celebró como Fifirichi (brazos al cielo y sonrisa al público), asunto que tenía prometido, pero a cambio estalló de alegría improvisada, lo que también se comprende.
Herido. El resto del partido, el Mallorca tuvo al Madrid contra las cuerdas. Y no se explica sólo por el jugador de ventaja. El equipo estaba impulsado por el optimismo, el hambre y el público. Recordó de pronto lo que vale una victoria contra el Madrid y entendió lo cerca que estaba.
Arango rozó el poste con una chilena. Jonás, penalizado todo el partido por su exilio a la banda izquierda, también rondó el gol en un par de remates. Buen jugador, por cierto, con el tranco de los interiores de medias bajas. Ya no quedan muchos futbolistas así, tan inclinados a la banda, a las dos. Tomen nota los grandes.
Al rato, Schuster reconoció su error y metió a Miguel Torres para proteger el resultado y el flanco derecho. Después entró Baptista y Raúl se fue al vestuario sin pena ni gloria. Ayer le ganó Güiza.
Webó elevó al Mallorca y estrechó el cerco sobre el área de Casillas, que ya miraba la hora. Faltaban diez minutos pero era un mundo. La teoría de la relatividad también se explica así. Un minuto junto a una bella muchacha parece un segundo y sobre una estufa parece una hora.
En ese instante decisivo, Güiza, excelente en el desarrollo del juego, volvió a errar. Webó remató en semifallo y el balón se acercó al jerezano saltando como una pulga. Aunque Casillas estaba vencido, el remate del delantero salió trompicado y se estrelló contra el larguero.
No se hubieran puesto pegas a la victoria del Mallorca, pero tampoco se pueden poner al empate. La primera mitad fue propiedad del Madrid, hasta que Daudén ayudó. Entonces, el Mallorca comenzó a merecer el encuentro y, favorecido por la expulsión de Ramos, lo tuvo en sus manos. El fútbol es la vida. Importa el talento, la suerte y el Gobierno.
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