Un Zaragoza plagado de bajas puso contra las cuerdas al Villarreal, números en mano uno de los mejores equipos de la Liga. Los amarillos, que venían de ganar como y casi cuando quisieron en el Camp Nou, fueron superados en todas las líneas por los de Manolo Villanova. Bueno, en todas las líneas, no. Si resumimos el partido a un duelo entre Oliveira y Diego López, no hay discusión. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, y se cuenta que Fabio Capello estuvo a esto de dar la titularidad al gallego en detrimento del tótem Casillas. Por algo sería.
Un muro
Por ejemplo, por partidos como el de este domingo. En la primera mitad salvó tres balones de gol y, cuando el cuero le superó, le salvó la madera. El meta volvió a ser providencial nada más reanudarse el juego, y Oliveira, quizá ya aburrido, ni siquiera llegó a probarle en la ocasión más clara de que dispuso, una de esas que él no suele perdonar. Pero esta vez el brasileño se asustó y cruzó en exceso. Luego llegó el penalti, el 2-0 y otros dos paradones, ante Diogo y Oliveira, para evitar sustos de última hora.Para entonces, la historia del partido ya estaba escrita. A los diez minutos, la conexión Senna-Nihat adelantó a los amarillos en una acción de manual. Sin embargo, el Villarreal, un equipo que crece alrededor del balón, se quedó sin juguete. Villanova llenó el césped de centrocampistas (a la fuerza) y el Zaragoza disfrutó plácidamente del esférico, con el extraordinario Sergio García creando peligro en cada acción y Oliveira fijando el objetivo. Quizá alguien echó de menos a Diego Milito. No sería justo; el brasileño las tuvo de todos los colores, pero no era el día. El suyo, se entiende. Era el día de Diego López, que reflotó al Submarino en El Madrigal y otorga a los castellonenses licencia para soñar.
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