Se acabó el cuento. Esta es la triste realidad, un año más, del Atlético. Fuera de la Copa y fuera de la UEFA, todo lo que le queda es sobrevivir como pueda en la Liga, aferrándose a ese cuarto puesto que le permitiría salvar una temporada que comenzó color de rosa y ahora está gris tirando a negra. La exhibición de impotencia que los rojiblancos ofrecieron anoche ante el Bolton, una vulgaridad de rival, fue dantesca. No hubo ni orgullo ni emoción ni calidad. No hubo nada. Sólo un reloj corriendo camino de una muerta anunciada.
El Atleti tuvo 180 minutos para lograr marcarle un mísero gol al decimoquinto clasificado de la liga inglesa y no estuvo ni cerca. Algo que parecía imposible con el planteamiento de Megson, que dejó en el banquillo a Iván Campo y Guthrie para disfrazar de mediocentros a dos defensas más. Ni disimularon: en el minuto 1 había diez jugadores del Bolton en su propio área y el único cambio de ahí hasta el final fue que en el 90 ya estaban los once. Un autobús digno de otra época. Pero en otra época el Atleti le habría roto los cristales a base de remates. Por desgracia, el actual no.
Los de Aguirre salieron muy cautos, las locuras románticas no van con el mexicano. Parecían más preocupados de no encajar un fatídico gol que de lograr ellos uno que era indispensable. Ya caerá, parecían pensar. Sí, tal vez, pero no solo, algo habrá que hacer. Como el destino es juguetón y suele castigar la cobardía, a los diez minutos Abbiati tuvo que hacer un paradón ante Giannakopoulos en la única ocasión de la noche en la que los ingleses descubrieron que había vida más allá del mediocampo. El resto de la noche, como a ciertos turistas que se hacen miles de kilómetros para no salir de la piscina del hotel, se quedaron en su área.
Y alrededor, todo el Atleti, como los indios rodeando a los vaqueros. Pero en lugar de arcos llevaban tirachinas. Tocaba y tocaba en horizontal y cuando alguno se aburría disparaba desde lejos. Sólo hubo dos destinos: el cuerpo de un defensa o el banderín de córner. Forlán se desesperaba entre tres camisetas negras y sólo Pernía le ponía entusiasmo al asunto.
Esta vez, al Atlético no le empujó ni la grada. Gran parte de la afición, razonablemente harta, se quedó en casa y los que fueron se deprimieron pronto. Por si faltaba algo, los impresentables de siempre se dedicaron a pegarse entre ellos, demostrando una vez más su inteligencia. Entre unas cosas y otras, el regreso a Europa acabó en uno de los ambientes más gélidos que se recuerdan en el Manzanares. Una pena.
Pero como el Bolton es tan vulgar, el sentido común intentó hacer su trabajo tres veces, más que suficientes para un buen equipo, quizás incluso para este Atleti con Agüero, Raúl García y Simao, pero no para el de ayer. A los 22', Forlán cabeceó fuera; a los 31', Luis García remató a las nubes con toda la portería para él, en la mejor jugada de la noche; y a los 41', Taylor arrolló a Forlán en el área en una acción que, jugando en tu estadio en Europa, es penalti nueve de cada diez veces. El Atleti, como no, es la excepción.
Decepción.
El Atlético salió derrotado tras el descanso. Sin fe ni empuje. Sus jugadores iban porque se sentían obligados, no porque creyeran en lo que estaban haciendo. Cómo sería la cosa que fue Reyes quien tiró del carro. No atinó, pero descubrir que tiene sangre ya es algo. El resto, almas en pena. Y Aguirre también. Alguien debería haber explicado a los jugadores (ya que ellos solitos no se enteraban) que colgar balones a un área donde sus delanteros de 1,70 estaban rodeados de defensas de 1,90 era tan buena idea como cazar elefantes con un cuchillo de postre.
El final fue una parodia, con el pobre Abbiati subiendo a rematar y sus iluminados compañeros sacando antes de que llegara. Eso es el actual Atleti: un sinsentido. Y el futuro no es alentador con un vestuario roto y un técnico cuestionado, sin Maniche, con Motta permanentemente lesionado, sin un líder... Le quedan Agüero, Forlán y el escudo, que no es poco. ¿Pero será lo suficiente para llegar a la Champions? Más le vale, cualquier otra cosa será un fracaso estrepitoso.
El Atleti tuvo 180 minutos para lograr marcarle un mísero gol al decimoquinto clasificado de la liga inglesa y no estuvo ni cerca. Algo que parecía imposible con el planteamiento de Megson, que dejó en el banquillo a Iván Campo y Guthrie para disfrazar de mediocentros a dos defensas más. Ni disimularon: en el minuto 1 había diez jugadores del Bolton en su propio área y el único cambio de ahí hasta el final fue que en el 90 ya estaban los once. Un autobús digno de otra época. Pero en otra época el Atleti le habría roto los cristales a base de remates. Por desgracia, el actual no.
Los de Aguirre salieron muy cautos, las locuras románticas no van con el mexicano. Parecían más preocupados de no encajar un fatídico gol que de lograr ellos uno que era indispensable. Ya caerá, parecían pensar. Sí, tal vez, pero no solo, algo habrá que hacer. Como el destino es juguetón y suele castigar la cobardía, a los diez minutos Abbiati tuvo que hacer un paradón ante Giannakopoulos en la única ocasión de la noche en la que los ingleses descubrieron que había vida más allá del mediocampo. El resto de la noche, como a ciertos turistas que se hacen miles de kilómetros para no salir de la piscina del hotel, se quedaron en su área.
Y alrededor, todo el Atleti, como los indios rodeando a los vaqueros. Pero en lugar de arcos llevaban tirachinas. Tocaba y tocaba en horizontal y cuando alguno se aburría disparaba desde lejos. Sólo hubo dos destinos: el cuerpo de un defensa o el banderín de córner. Forlán se desesperaba entre tres camisetas negras y sólo Pernía le ponía entusiasmo al asunto.
Esta vez, al Atlético no le empujó ni la grada. Gran parte de la afición, razonablemente harta, se quedó en casa y los que fueron se deprimieron pronto. Por si faltaba algo, los impresentables de siempre se dedicaron a pegarse entre ellos, demostrando una vez más su inteligencia. Entre unas cosas y otras, el regreso a Europa acabó en uno de los ambientes más gélidos que se recuerdan en el Manzanares. Una pena.
Pero como el Bolton es tan vulgar, el sentido común intentó hacer su trabajo tres veces, más que suficientes para un buen equipo, quizás incluso para este Atleti con Agüero, Raúl García y Simao, pero no para el de ayer. A los 22', Forlán cabeceó fuera; a los 31', Luis García remató a las nubes con toda la portería para él, en la mejor jugada de la noche; y a los 41', Taylor arrolló a Forlán en el área en una acción que, jugando en tu estadio en Europa, es penalti nueve de cada diez veces. El Atleti, como no, es la excepción.
Decepción.
El Atlético salió derrotado tras el descanso. Sin fe ni empuje. Sus jugadores iban porque se sentían obligados, no porque creyeran en lo que estaban haciendo. Cómo sería la cosa que fue Reyes quien tiró del carro. No atinó, pero descubrir que tiene sangre ya es algo. El resto, almas en pena. Y Aguirre también. Alguien debería haber explicado a los jugadores (ya que ellos solitos no se enteraban) que colgar balones a un área donde sus delanteros de 1,70 estaban rodeados de defensas de 1,90 era tan buena idea como cazar elefantes con un cuchillo de postre.
El final fue una parodia, con el pobre Abbiati subiendo a rematar y sus iluminados compañeros sacando antes de que llegara. Eso es el actual Atleti: un sinsentido. Y el futuro no es alentador con un vestuario roto y un técnico cuestionado, sin Maniche, con Motta permanentemente lesionado, sin un líder... Le quedan Agüero, Forlán y el escudo, que no es poco. ¿Pero será lo suficiente para llegar a la Champions? Más le vale, cualquier otra cosa será un fracaso estrepitoso.
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